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Cuentaviajes de Hogares de la Edad del Hierro

Relato de viaje a Hogares de la Edad del Hierro

Vestigios de la Edad del Hierro Tierras de Castros Las pallozas Historias milenarias El rescoldo del ayer

Vestigios de la Edad del Hierro

En medio de paisajes bellos, solitarios y abruptos de la Península Ibérica, subsisten \"milagrosamente\" unas arcaicas edificaciones redondas cubiertas de techo de paja. Son \"las pallozas\", típicas casas de la Edad del Hierro.

En León y Galicia aún se pueden contemplar algunas de estas raras reliquias. Los viejos castros (poblados) célticos estaban formados por un conjunto de viviendas habitualmente de forma circular y cubiertos por un techado de paja de forma cónica.

Únicamente en aquellos puntos de tecnología más avanzada se comenzaron a hacer casas de forma cuadrada antes de la romanización. Así ocurrió, por ejemplo, en la zona de La Cabrera, en León, donde pervive aún una arquitectura popular entroncada con la de hace 2000 años.

El paisaje de Los Ancares es tan bello como desconocido para casi todo el mundo.Imagen de Miguel Angel Alvarez

El paisaje de Los Ancares es tan bello como desconocido para casi todo el mundo.Imagen de Miguel Angel Alvarez

Tierras de Castros

El viajero que hace en España el recorrido del Camino de Santiago, pronto se encuentra con los vestigios de estos poblados prehistóricos.

Desde Astorga en adelante, el peregrino ha tenido oportunidad de ver en su camino los restos de la civilización céltica de los castros. Al mismo borde del Camino aparecen oteros más o menos artificiales, en los que aún se hallan en el suelo restos de cerámica prerromana, tégulas, piedras de construcciones y moliendas. Son parajes que corresponden a las viejas poblaciones célticas que se extendieron por lo que fue más tarde el viejo reino de León, incluyendo en él tanto a Galicia como el norte de Portugal y aún zonas extremeñas.

A veces, los castros han quedado bajo las pequeñas poblaciones que siguen, dominadoras, en lo alto de las montañas, donde aún -raramente- se pueden ver pallozas, modelo de vivienda que responde al origen céltico.

Mientras el sur y el este de Hispania fueron pronto lugares de prósperas ciudades comerciales y avanzada civilización, en todo el cuadrante noroeste perduró la cultura céltica, rural, pastoril y bárbara. La caracterizaba el reparto de la población en pequeñas comunidades, los castros, integrados por numerosas viviendas circulares que coronaba un techo de paja cónico.

En los núcleos de mayor tamaño, una pared exterior fortificaba el enclave. También existían calles enlosadas o empedradas, con canalizaciones para el aprovisionamiento de agua.

Una palloza, en Balouta, León. Imagen de Miguel Angel Alvarez

Una palloza, en Balouta, León. Imagen de Miguel Angel Alvarez

Otra reliquia de la zona. El hórreo es una edificación de almacenaje que se construía de madera y paja y se aislaba del suelo mediante cuatro postes de sustentación. Imagen de Miguel Angel Alvarez

Otra reliquia de la zona. El hórreo es una edificación de almacenaje que se construía de madera y paja y se aislaba del suelo mediante cuatro postes de sustentación. Imagen de Miguel Angel Alvarez

Las pallozas

En puntos de León y Lugo el peregrino aún puede contemplar este tipo de edificación, que ahora recibe el nombre de palloza, de forma circular u oval, cubierta de bálago o paja.

Bajo su techo conviven hombres y animales, separados solo por una empalizada o muro de tablas, que no llega hasta la cima del hábitat interno.

La palloza se construye a veces sobre suelo inclinado. En ese caso, los animales ocupan la parte más baja, para facilitar la salida de orines. En el centro está siempre el hogar, sobre el que pende una cadena en la que se cuelga el puchero.

Cerca de él permanecen unos escaños, a la vez asiento para los moradores y arca para guardar ajuares y pertenencias. Entre el hogar y el techo se colocan unos cañizos entretejidos para secar las castañas o ahumar la matanza. También en la parte superior, sobre la cuadra, se almacena el heno, para alimentar a los animales en las jornadas más frías del invierno.

Como en las viviendas medievales, las pallozas carecen de chimenea. Los humos salen entre las pajas del techo. Tampoco suelen tener ventanas; como máximo algún mínimo ventanuco.

La luz únicamente entra por la puerta, tradicionalmente abierta durante el día, para que a través de la misma salgan las gallinas, libremente, en busca de gusanos, hierbas y semillas.

En el bar de Baoluta se exhibe una vieja fotografía del pueblo. Debajo la actual. Aún subsisten varias de las viejas pallozas. Imagen de Miguel Angel Alvarez

En el bar de Baoluta se exhibe una vieja fotografía del pueblo. Debajo la actual. Aún subsisten varias de las viejas pallozas. Imagen de Miguel Angel Alvarez

Historias milenarias

Las pallozas actuales son más grandes que las prerromanas, pero el sistema constructivo es el mismo.

La pervivencia de este tipo de edificaciones se basa en la precariedad económica de los moradores y a la eficacia de éstas para sobrevivir en lugares de climatología dura. Así, la convivencia de animales y hombres, la escasez de ventilación y el calor de la paja, facilita la creación de un hábitat que mantiene, aún en invierno, una temperatura media de unos 14 grados.

Las gentes austeras del noroeste fueron especialmente duras frente a la invasión romana. Solo después de la derrota del caudillo lusitano Viriato, las legiones de Roma se aventuraron a invadir el noroeste de Hispania.

Décimo Junio Bruto un férreo militar, cónsul designado para esta misión, avanzó hacia el norte en busca de las minas de oro.

Bruto hubo de realizar una dura campaña (136 antes de Cristo), sobrepasando la fortísima oposición de los pequeños núcleos agrarios, donde combatían por igual mujeres y hombres. Superó el Duero y, apoyado por una escuadra que le seguía hacia el norte, cruzó el Limia, llamado río del Olvido, porque se suponía que bebiendo de sus aguas se perdía la memoria de lo acaecido en la otra orilla.

Las viejas edificaciones van desapareciendo, en medio de la apacible geografía de los pueblos más recónditos. Imagen de Miguel Angel Alvarez

Las viejas edificaciones van desapareciendo, en medio de la apacible geografía de los pueblos más recónditos. Imagen de Miguel Angel Alvarez

El rescoldo del ayer

Aquellos levantiscos y atrasados pobladores, que combatían con armas de hierro, primitivas, y se evadían de las legiones navegando por las corrientes en pequeñas barcas de cuero.

No dudaban en suicidarse colectivamente y matar a sus hijos cuando veían que la derrota era inevitable.

Tras seis años de luchas, Bruto regresó a Roma, vencedor, y mereció el sobrenombre de Calaico. En el año 61 antes de Cristo, Cesar tuvo que volver a la región para someter a la Galicia septentrional. No obstante, los cántabros y astures mantuvieron la rebelión otros cuarenta años más. El mismo Augusto, fundador de Astorga, participó en aquellas sangrientas campañas que no finalizaron hasta el 19 antes de Cristo.

Hoy, los centenares de castros abandonados en todo el noroeste, traen recuerdos de aquella época feroz, en la que los pobladores no dudaban en envenenarse con una pócima extraída del tejo, antes de sufrir la humillación de la derrota y la esclavitud.

Cuando se escarba en los inmensos montículos que coronan los oteros, surgen ajuares destrozados y cenizas reveladores de la inmensa tragedia sufrida antes de la dominación.

De todas aquellas historias nos hablan las escasas pallozas que aún sobreviven en el noroeste de España, como las de este reportaje, correspondientes a la comarca leonesa de Los Ancares, concretamente a la localidad de Balouta, enclavada entre unos montes verdeantes, un paraíso ecológico, apartado y silencioso, donde aún se pueden contemplar las siluetas del urogallo y el oso.

¡Ojala podamos mantener el patrimonio que resta en estos lugares tan bellos y misteriosos. Miguel Angel Alvarez

¡Ojala podamos mantener el patrimonio que resta en estos lugares tan bellos y misteriosos. Miguel Angel Alvarez

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