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El Cristo románico

Por Artemio Artigas

En todo el orbe cristiano, la cruz es en la actualidad un símbolo reconocido, pero eso no ha sido así a lo largo de la historia puesto que en la antigüedad no se aceptaba de buen grado una representación que tenía un fuerte mensaje de crueldad y humillación.

Sólo en el siglo III empezó a aparecer en mármoles o placas funerarias el símbolo cristiano por antonomasia: la cruz, aunque muchas veces notablemente disimulada. Una primera razón para esta ocultación estaba en el carácter secreto de la pertenencia a la religión cristiana, frecuentemente perseguida por los poderes políticos romanos.

Otra razón importante para ocultar la simbología sería el rechazo a las representaciones figuradas, muy identificadas con el arte pagano. “El arte es una invención del demonio, concebida para el culto a los falsos dioses”, argumentaba en el siglo III Tertuliano.

Antoni Noguera Massa, ha efectuado un excelente análisis de la evolución de esta simbología, en un libro que se ha publicado ahora, y cuya presentación se ha documentado con una pequeña pero interesante exposición sobre el Cristo románico, organizada por la Fundación Caixa Girona, entidad financiera catalana.

Acusados del mismo incendio de Roma en los días de Nerón, llevados a las fieras o a otros suplicios, los cristianos acudieron a veces diversas simbologías, tales como el pastor de reminiscencias órficas o la mítica ave fénix que resurgía de sus cenizas, en memoria de la resurrección, incluso al pez, con el que representaban una suerte de juego jeroglífico. Pez en lengua griega contenía las iniciales que significaba Jesucristo hijo de Dios, Salvador.

En el siglo II ya hay veladas alusiones a la cruz, a través de la letra T (la tau griega) o incluso del dibujo de un ancla... pero no se representó la propia crucifixión, una escena sin duda identificatoria con la crueldad y enormemente dura.

Un crucificado, con los brazos abiertos y la orla, nimbo crucífero, en su cabeza, aparece por primera vez grabada en una piedra encontrada en Gaza y perteneciente a una colección inglesa. Sin embargo sólo es la figura humana, no hay cruz.

Llegada la época de Constantino, el cristianismo conoció tiempos de libertad y la cruz se exhibió públicamente, pero aún no aparecía el crucificado en ella. Parecía existir una repulsión hacia tan ignominioso suplicio. La crucifixión era una pena bárbara, proveniente de oriente, que Roma nunca aceptó para sus propios ciudadanos.

Sólo en el siglo VI aparece la crucifixión en la iglesia romana de Santa Sabina, pero aún sin las características que luego adquiriría. Cristo, al igual que los ladrones, seguirá apareciendo frecuentemente con los brazos abiertos en cruz, pero sin mostrar el sufrimiento del crucificado.

A partir de esta época va surgiendo desde Siria y Asia Menor una representación algo más realista de la crucifixión. En el evangeliario de Rabula, monasterio de San Juan de Zagba, en la Mesopotamia, aparece Cristo en la cruz, cubierto pudorosamente con una larga túnica sin mangas, el “colombium”.

Antoni Noguerra Massa explica que este tipo de cristos se muestra con el rostro levantado y sin sufrimiento, tal vez debido a las teorías monofisitas que sostenían que Jesucristo sólo tenía una naturaleza, la divina. En virtud de esto, en la cruz no había un ser sufriente, sino un Dios triunfante.

Las furias iconoclastas bizantinas hicieron que muchos monjes pasaran al entorno de Roma y trajesen esta representación, que reaparece en Roma en los siglos VII y VIII, aunque con escaso éxito aún.

En torno al siglo VIII empezó a aparecer con más frecuencia el crucificado con el torso desnudo y cubierto únicamente con un paño anudado que la tapaba desde encima de las rodillas a la cintura. Aún seguía apareciendo con los brazos rectos, los ojos abiertos y el rostro levantado.

Poco a poco, la imagen iría tomando realismo. Aunque todo es relativo. Hay que precisar que tampoco podemos saber si la cruz estaba formada por dos palos cruzados o simplemente por uno horizontal, sobre otro vertical, formando una T mayúscula.

Sólo hacia el siglo X se empezó a doblar los brazos, para mostrar el movimiento del desplome del cuerpo del crucificado por la fuerza de la gravedad. Se inició entonces una serie de mutaciones que afectarán a los pies, el desplazamiento lateral de las rodillas y del propio cuerpo para perder una verticalidad y acercarse a la forma de una S mayúscula, mientras los brazos abandonan la forma horizontal T para acercarse a la posición de una Y.

En la exposición que ha organizado la Fundación Caixa Girona, con piezas de la zona del Pirineo Oriental (norte de Cataluña y sureste de Francia) se presenta una serie de cristos crucificados en dos variedades básicas. El sufriente (con gestos de dolor y desnudo de torso) y la majestad, en la que el crucificado aparece vestido, vivo y triunfante de la muerte. Las majestades son piezas relativamente abundantes en este territorio, y seguirán representándose hasta la época gótica.

El conjunto de la exposición cuenta con obras en madera, orfebrería y piedra; relicarios, evangeliarios, etc. En las que se muestran básicamente representaciones de la crucifixión de los siglos XI y XII. Es esta una tierra de arte interesante, especialmente por su cualidad de zona de transición a la que llegaron influencias francas, mozárabes, lombardas, etc.

 

 

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